15 de julio
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
https://misionerosdigitales.com/wp-content/uploads/2019/07/15-de-julio.mp3
Cuando uno ha sido tocado por el Espíritu Santo, puede vivir algunas experiencias gratis, sin estar pendiente de uno mismo. Es la capacidad de admirarse y de alegrarse por el otro, pero sin estar pensando que es algo mío, y sin estar buscando poseerlo para mí.
+En todo caso, me alegro de poder disfrutar algo con los demás, como algo nuestro, no como algo mío.
Amo a Dios porque es un bien, no porque es mío, y aun cuando lo percibo como bueno para mí, en realidad el mismo impulso del amor me lleva a buscarlo como un bien para nosotros.
Esta renuncia a ser el único, producida por el Espíritu Santo, es una forma de comprobar que realmente hemos salido de nosotros mismos.
En esta renuncia a ser el único la recompensa no es más que el mismo amor que ama por amar, en una generosa ampliación del yo.
En este sentido debe entenderse la exhortación paulina a que «cada uno no busque su propio interés sino el de los demás» (1 Corintios 10,24), en el mismo contexto en que sostiene: «si un alimento causa tropiezo a mi hermano nunca jamás comeré carne» (8,13).
+Esta expresión -«que nadie busque su propio interés»- aparece también en Filipenses 2,4, donde el modelo que se presenta inmediatamente es el de Cristo que «se despojó a sí mismo» (2,7).
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a hacer el bien gratis, no pensando tanto en nosotros mismos sino en las necesidades de los hermanos.
Polvo y ceniza
El lenguaje de la Biblia es rico en símbolos. Si te familiarizas con ellos comprenderás y gozarás más sus mensajes. Para describir la abismal distancia entre Dios y el hombre, compara a éste con el vil y despreciable polvo del camino y con las cenizas. Ante la inmensidad, sabiduría y poder del Señor que nos ha creado nos corresponde un actitud de profunda humildad, en otras palabras, saber ubicarnos correctamente.
Génesis 18, 27: Entonces Abraham dijo: «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor”.
Eclesiástico 10, 9: ¿De qué se ensoberbece el que es polvo y ceniza, si aún en vida sus entrañas están llenas de podredumbre?
Job 42, 5-6: Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.
Por otra parte la actitud humilde del hombre atrae y seduce a Dios que acude en su auxilio: “En ése fijaré mis ojos —dice Dios— en el humilde y abatido, en el que se estremece ante mis palabras” (Is. 66,2). La humildad es la madre de todos los bienes. Paciencia, dulzura, dominio de sí mismo, confianza en los otros, todos estos frutos del Espíritu, de los cuales habla san Pablo, crecen en un árbol cuya raíz es la humildad. Jesús, manso y humilde de corazón, te enseñe a apreciar esta sólida virtud.
* Enviado por el P. Natalio
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
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Cuando uno ha sido tocado por el Espíritu Santo, puede vivir algunas experiencias gratis, sin estar pendiente de uno mismo. Es la capacidad de admirarse y de alegrarse por el otro, pero sin estar pensando que es algo mío, y sin estar buscando poseerlo para mí.
+En todo caso, me alegro de poder disfrutar algo con los demás, como algo nuestro, no como algo mío.
Amo a Dios porque es un bien, no porque es mío, y aun cuando lo percibo como bueno para mí, en realidad el mismo impulso del amor me lleva a buscarlo como un bien para nosotros.
Esta renuncia a ser el único, producida por el Espíritu Santo, es una forma de comprobar que realmente hemos salido de nosotros mismos.
En esta renuncia a ser el único la recompensa no es más que el mismo amor que ama por amar, en una generosa ampliación del yo.
En este sentido debe entenderse la exhortación paulina a que «cada uno no busque su propio interés sino el de los demás» (1 Corintios 10,24), en el mismo contexto en que sostiene: «si un alimento causa tropiezo a mi hermano nunca jamás comeré carne» (8,13).
+Esta expresión -«que nadie busque su propio interés»- aparece también en Filipenses 2,4, donde el modelo que se presenta inmediatamente es el de Cristo que «se despojó a sí mismo» (2,7).
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a hacer el bien gratis, no pensando tanto en nosotros mismos sino en las necesidades de los hermanos.
Polvo y ceniza
El lenguaje de la Biblia es rico en símbolos. Si te familiarizas con ellos comprenderás y gozarás más sus mensajes. Para describir la abismal distancia entre Dios y el hombre, compara a éste con el vil y despreciable polvo del camino y con las cenizas. Ante la inmensidad, sabiduría y poder del Señor que nos ha creado nos corresponde un actitud de profunda humildad, en otras palabras, saber ubicarnos correctamente.
Génesis 18, 27: Entonces Abraham dijo: «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor”.
Eclesiástico 10, 9: ¿De qué se ensoberbece el que es polvo y ceniza, si aún en vida sus entrañas están llenas de podredumbre?
Job 42, 5-6: Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.
Por otra parte la actitud humilde del hombre atrae y seduce a Dios que acude en su auxilio: “En ése fijaré mis ojos —dice Dios— en el humilde y abatido, en el que se estremece ante mis palabras” (Is. 66,2). La humildad es la madre de todos los bienes. Paciencia, dulzura, dominio de sí mismo, confianza en los otros, todos estos frutos del Espíritu, de los cuales habla san Pablo, crecen en un árbol cuya raíz es la humildad. Jesús, manso y humilde de corazón, te enseñe a apreciar esta sólida virtud.
* Enviado por el P. Natalio