18 de julio
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
https://misionerosdigitales.com/wp-content/uploads/2019/07/18-de-julio.mp3
Jesús promete a sus discípulos que cuando llegue a la presencia del Padre enviará al Paráclito, el Espíritu Santo: «El Paráclito que yo les enviaré de parte del Padre dará testimonio de mí» (Juan 15,26). ¿Qué significado tiene este testimonio?
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo en nuestro interior, porque los discípulos deben soportar la persecución, el rechazo del mundo, y para mantenerse firmes en la prueba necesitan de la fortaleza interior que sólo el Espíritu Santo puede dar.
El Espíritu hace presente el amor de Jesús y el recuerdo de sus palabras en el corazón de los discípulos, cuando todo el mundo está proclamando un mensaje diferente.
Cuando la fe sea puesta a prueba, el Espíritu Santo defenderá a Cristo, luchará a su favor dentro de nuestro propio corazón, para que nos aferremos a su amor y no nos dejemos seducir por los atractivos del mundo que quieren ocupar el primer lugar en nuestros deseos y en nuestros planes.
Pero más que pensar que el Espíritu Santo da argumentos en favor de Cristo, hay que pensar en la vida sobrenatural que él comunica a los creyentes, vida que es paz y alegría, fortaleza y valentía; y esa vida es Cristo mismo resucitado, viviendo en el creyente.
Con esa vida interior, el creyente puede atreverse a dar testimonio de Cristo en medio del mundo adverso, sin avergonzarse de su fe en Jesús: «Ustedes también darán testimonio de mí» (Juan 15,27).
Don Nadie
Es todo un personaje. Está ahí, acechando con su sonrisa oculta nuestros actos. Se dispone día a días a criticarlo todo, a destruirlo todo, a contradecirlo todo. No es alguien a quien podemos dirigirnos concreta y claramente, no es alguien que valga por lo que ha hecho. Simplemente es... Don Nadie.
Es producto de la mediocridad, hijo de la maledicencia, pariente de la amargura y padre de la frustración. Según los ocultistas encarna en personas de ambos sexos, en noches sin luna y durante sueños ociosos. Según los sociólogos es el hombre-masa, sin opinión, llevado por las modas y los caprichos de su alrededor. Según la gente que está cerca de Dios, es un simple lobo con piel de oveja, aullando solitario con balidos lejanos.
Es Don Nadie. Te acecha, te sigue, te observa para hacer de tu vida muy pronto algo semejante a la suya. Vida gris, macilenta, devorada por un mañana que nunca llega y sepultada por un ayer sin importancia alguna.
Don Nadie habita fácilmente en los corazones solitarios, en los ojos envidiosos, en los pies sin camino, en las manos egoístas y en las lenguas venenosas. Don Nadie no da jamás la cara, lo sientes vivir a tu sombra pero jamás te enseñará su rostro, es algo que no es alguien y alguien que no es nada.
Don Nadie vive en la multitud y se alimenta de ella; lejos de ser aliento para crear, es ahogo para morir. Don Nadie detesta la personalidad de alguna gente, la considera una ofensa para su soledad, ataca, gruñón e ingrato, desde lo anónimo de su tristeza, a quien sonríe esperanzado. Don Nadie no perdona el amor, ni el éxito, ni la ilusión. Don Nadie hombre-mujer, está a la caza de errores y defectos para reír con ellos, complaciéndose en la miseria humana.
No seas Don Nadie... Evítate ocultar el verdadero rostro, enfrenta una mirada sincera a los demás. Quizá eres pobre, triste, humilde, solitario o distraído, pero tú hombre o mujer, no eres ni debes ser Don Nadie.
Sé tú mismo, búscate a ti mismo. Verás qué sencillo es, cada día, decirse con algo de amor por dentro: "Yo soy brizna del cosmos. Yo soy trigo celeste. Yo soy algo que tiene un rostro, un espíritu, un aliento que tiene un nombre propio y no debe morir jamás".
Ante tales palabras pronunciadas con la verdad del alma, retrocede el olvido, se disuelve la muerte y se abren, tarde o temprano, las puertas de la Eternidad.
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
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Jesús promete a sus discípulos que cuando llegue a la presencia del Padre enviará al Paráclito, el Espíritu Santo: «El Paráclito que yo les enviaré de parte del Padre dará testimonio de mí» (Juan 15,26). ¿Qué significado tiene este testimonio?
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo en nuestro interior, porque los discípulos deben soportar la persecución, el rechazo del mundo, y para mantenerse firmes en la prueba necesitan de la fortaleza interior que sólo el Espíritu Santo puede dar.
El Espíritu hace presente el amor de Jesús y el recuerdo de sus palabras en el corazón de los discípulos, cuando todo el mundo está proclamando un mensaje diferente.
Cuando la fe sea puesta a prueba, el Espíritu Santo defenderá a Cristo, luchará a su favor dentro de nuestro propio corazón, para que nos aferremos a su amor y no nos dejemos seducir por los atractivos del mundo que quieren ocupar el primer lugar en nuestros deseos y en nuestros planes.
Pero más que pensar que el Espíritu Santo da argumentos en favor de Cristo, hay que pensar en la vida sobrenatural que él comunica a los creyentes, vida que es paz y alegría, fortaleza y valentía; y esa vida es Cristo mismo resucitado, viviendo en el creyente.
Con esa vida interior, el creyente puede atreverse a dar testimonio de Cristo en medio del mundo adverso, sin avergonzarse de su fe en Jesús: «Ustedes también darán testimonio de mí» (Juan 15,27).
Don Nadie
Es todo un personaje. Está ahí, acechando con su sonrisa oculta nuestros actos. Se dispone día a días a criticarlo todo, a destruirlo todo, a contradecirlo todo. No es alguien a quien podemos dirigirnos concreta y claramente, no es alguien que valga por lo que ha hecho. Simplemente es... Don Nadie.
Es producto de la mediocridad, hijo de la maledicencia, pariente de la amargura y padre de la frustración. Según los ocultistas encarna en personas de ambos sexos, en noches sin luna y durante sueños ociosos. Según los sociólogos es el hombre-masa, sin opinión, llevado por las modas y los caprichos de su alrededor. Según la gente que está cerca de Dios, es un simple lobo con piel de oveja, aullando solitario con balidos lejanos.
Es Don Nadie. Te acecha, te sigue, te observa para hacer de tu vida muy pronto algo semejante a la suya. Vida gris, macilenta, devorada por un mañana que nunca llega y sepultada por un ayer sin importancia alguna.
Don Nadie habita fácilmente en los corazones solitarios, en los ojos envidiosos, en los pies sin camino, en las manos egoístas y en las lenguas venenosas. Don Nadie no da jamás la cara, lo sientes vivir a tu sombra pero jamás te enseñará su rostro, es algo que no es alguien y alguien que no es nada.
Don Nadie vive en la multitud y se alimenta de ella; lejos de ser aliento para crear, es ahogo para morir. Don Nadie detesta la personalidad de alguna gente, la considera una ofensa para su soledad, ataca, gruñón e ingrato, desde lo anónimo de su tristeza, a quien sonríe esperanzado. Don Nadie no perdona el amor, ni el éxito, ni la ilusión. Don Nadie hombre-mujer, está a la caza de errores y defectos para reír con ellos, complaciéndose en la miseria humana.
No seas Don Nadie... Evítate ocultar el verdadero rostro, enfrenta una mirada sincera a los demás. Quizá eres pobre, triste, humilde, solitario o distraído, pero tú hombre o mujer, no eres ni debes ser Don Nadie.
Sé tú mismo, búscate a ti mismo. Verás qué sencillo es, cada día, decirse con algo de amor por dentro: "Yo soy brizna del cosmos. Yo soy trigo celeste. Yo soy algo que tiene un rostro, un espíritu, un aliento que tiene un nombre propio y no debe morir jamás".
Ante tales palabras pronunciadas con la verdad del alma, retrocede el olvido, se disuelve la muerte y se abren, tarde o temprano, las puertas de la Eternidad.