8 de junio
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
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Su impulso divino busca que todas las cosas y todas las personas se vayan armonizando en una maravillosa unidad. Él es Amor que une personas. Por eso, en este año somos llamados a integrarnos un poco más en la Iglesia, a quererla más, a buscar nuevas maneras de sentirnos parte de ella.
Ya sabemos que eso no significa que tengamos que ser iguales en todo. El Espíritu Santo siembra dones diferentes por todas partes y como él quiere. Por eso, donde él actúa hay variedad, riqueza, novedad. Pero esos diferentes carismas que él derrama no nos enfrentan ni nos dividen, sino que se complementan, se armonizan, se enriquecen unos a otros, y nos llevan a valorarnos, a reconocernos, a estimularnos entre nosotros.
Seria bueno que frecuentemente pidiéramos la luz del Espíritu Santo para poder descubrir los carismas, las capacidades que él ha sembrado en cada uno de nosotros, para enriquecer a la Iglesia y al mundo con esos dones.
Así podemos experimentar el gozo de ser fecundos, de regalarle algo más bello a este mundo, de hacer feliz a otro, de ayudarlo a crecer.
¿Qué te dio el Espíritu Santo para que ayudes a los demás a ser más buenos y más felices?
Si de buenas ganas llevas la cruz, ella te llevará a ti y te guiará al puerto deseado donde será el fin de todo padecimiento que aquí nunca termina. Si la llevas contra tu voluntad, te echas encima una nueva carga, la haces más pesada y de todos modos, tendrás que cargar con ella. Al rechazar una cruz sin duda encontrarás otra y, tal vez, más pesada, (Kempis).
No es posible prescindir de la cruz en la vida; pero, no nos engañemos en imaginar cruces raras. La cruz toma la forma de las circunstancias diarias de nuestra vida. El cumplimiento de nuestros múltiples deberes suele ser cruz que gravita sobre nuestros hombros: la fiel ejecución de nuestras obligaciones; la práctica sincera del amor a todos, aun a los que no nos resultan simpáticos; la puesta al servicio de los demás, aun a costa de nuestra propia incomodidad. Feliz aquel que sufre y sabe para qué sufre. La verdadera cruz cristiana tiene como trazo vertical la tensión hacia el cielo y como trazo horizontal el esfuerzo continuo por mejorar la tierra.
La escuela del dolor ayuda a ejercitarse en virtudes heroicas. Las pruebas que cayeron sobre Job, lo hicieron perfecto; la ceguera formó y santificó a Tobías; la calumnia inmortalizó a José; la persecución purificó a David; los leones dieron a conocer la virtud de Daniel.
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
El Espíritu Santo no permite que vivamos una fe individualista, porque él nos inserta en un cuerpo místico, el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, y nos regala dones para edificar ese cuerpo maravilloso donde todos somos importantes y donde nos necesitamos unos a otros (1 Corintios 12).Mientras los criterios de este mundo nos invitan a pensar en nosotros mismos, a acomodarnos lo mejor posible, a desentendernos de los demás, a consumir, a comprar, a no participar, el Espíritu Santo quiere impulsarnos siempre a la unidad.
Su impulso divino busca que todas las cosas y todas las personas se vayan armonizando en una maravillosa unidad. Él es Amor que une personas. Por eso, en este año somos llamados a integrarnos un poco más en la Iglesia, a quererla más, a buscar nuevas maneras de sentirnos parte de ella.
Ya sabemos que eso no significa que tengamos que ser iguales en todo. El Espíritu Santo siembra dones diferentes por todas partes y como él quiere. Por eso, donde él actúa hay variedad, riqueza, novedad. Pero esos diferentes carismas que él derrama no nos enfrentan ni nos dividen, sino que se complementan, se armonizan, se enriquecen unos a otros, y nos llevan a valorarnos, a reconocernos, a estimularnos entre nosotros.
Seria bueno que frecuentemente pidiéramos la luz del Espíritu Santo para poder descubrir los carismas, las capacidades que él ha sembrado en cada uno de nosotros, para enriquecer a la Iglesia y al mundo con esos dones.
Así podemos experimentar el gozo de ser fecundos, de regalarle algo más bello a este mundo, de hacer feliz a otro, de ayudarlo a crecer.
¿Qué te dio el Espíritu Santo para que ayudes a los demás a ser más buenos y más felices?
Si de buenas ganas llevas la cruz, ella te llevará a ti y te guiará al puerto deseado donde será el fin de todo padecimiento que aquí nunca termina. Si la llevas contra tu voluntad, te echas encima una nueva carga, la haces más pesada y de todos modos, tendrás que cargar con ella. Al rechazar una cruz sin duda encontrarás otra y, tal vez, más pesada, (Kempis).
No es posible prescindir de la cruz en la vida; pero, no nos engañemos en imaginar cruces raras. La cruz toma la forma de las circunstancias diarias de nuestra vida. El cumplimiento de nuestros múltiples deberes suele ser cruz que gravita sobre nuestros hombros: la fiel ejecución de nuestras obligaciones; la práctica sincera del amor a todos, aun a los que no nos resultan simpáticos; la puesta al servicio de los demás, aun a costa de nuestra propia incomodidad. Feliz aquel que sufre y sabe para qué sufre. La verdadera cruz cristiana tiene como trazo vertical la tensión hacia el cielo y como trazo horizontal el esfuerzo continuo por mejorar la tierra.
La escuela del dolor ayuda a ejercitarse en virtudes heroicas. Las pruebas que cayeron sobre Job, lo hicieron perfecto; la ceguera formó y santificó a Tobías; la calumnia inmortalizó a José; la persecución purificó a David; los leones dieron a conocer la virtud de Daniel.
“Tus dolores son como astillas de la cruz de Cristo; no está bien que adorando esa cruz, maldigas sus astillas”.
* Enviado por el P. Natalio
* Enviado por el P. Natalio