Junio 16-Hazme dócil a Tí, Espíritu Santo

16 de junio
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández



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El Espíritu Santo le da a nuestras luchas una finalidad profunda. Por amor al hermano, sabemos que lo mejor que podemos regalarle es a Jesús; y por amor a Jesús, no podemos dejar de hablar de él. 

Si un día resolviéramos todos nuestros problemas pero no lo tuviéramos a él, seguiríamos siendo infelices. Pero eso es imposible, porque nunca podremos resolver todos nuestros problemas sin él. Porque sin él comienza a reinar el egoísmo, el odio, el orgullo, los vicios, la tristeza. Y entonces nada puede darnos esperanza.

 Por eso, el Espíritu siempre quiere llevarnos a Jesús, siempre nos abre el oído para escuchar su Palabra, y siempre nos impulsa a evangelizar, a llevar a Jesús a los demás.

Todo esto se une en la misión que tienen los laicos en el mundo. Ellos necesitan invocar permanentemente al Espíritu Santo para llenar el mundo de la presencia de Cristo. Para que los hogares, los lugares de trabajo, los barrios, las asociaciones, y todos los ambientes se inunden de esperanza, de dinamismo, de la vida maravillosa que Jesús nos propuso.

¿Pero por qué el Espíritu Santo no cambia el mundo? ¿Acaso no puede? Por supuesto que puede, pero no quiere hacerlo sin nosotros. Quiere cambiar las cosas a través de nosotros. Y si no cambian es porque muchos no somos instrumentos dóciles. ¿Cómo está tu docilidad al Espíritu Santo?




Aves rapaces y mosquitos

Para tener una buena convivencia con los demás, trata de ser comprensivo, poniéndote en su lugar. Al dialogar con ellos destaca siempre lo que los une. 


Acepta al vecino, a los del equipo de trabajo tales como son y expresa con sinceridad lo bueno que hacen. Cuando existe comprensión es más fácil disculpar, ser amable y vivir con plenitud la tolerancia mutua.
Entre el águila y el buitre hubo una cuestión muy grave y durante mucho tiempo se oyó el ruido de cacareos y graznidos agresivos. Los corvos picos y las garras feroces se afilaban en los peñascos. Se venía una terrible guerra. Pero, al fin, todo se arregló y la cordillera, repartida con justicia, quedó en paz. Poco después el mosquito y la mosca, para no ser menos que las aves de rapiña, empezaron a disputarse la posesión de las orillas de un pantano. Hubo mucho ruido, —así lo aseguraban ellos, pues nadie alcanzó a oírlo—; y cuando hicieron la paz, nadie sabía que hubieran estado por pelear (Godofredo Daireaux).

San Juan Pablo II animaba a los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad a que, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, se propusieran construir la paz. Bueno, hoy puedes practicar una idea genial y fácil de Madre Teresa de Calcuta: “La paz comienza con una sonrisa”.
* Enviado por el P. Natalio

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