11 de junio
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
https://misionerosdigitales.com/wp-content/uploads/2020/05/11-de-Junio-1.mp3
La vanidad y el orgullo son causa de muchas tristezas y alejan la alegría del Espíritu Santo. Por eso, cuando vemos que el orgullo quiere apoderarse de nuestro interior, es bueno que nos detengamos a preguntarnos con sinceridad: «¿Es tan importante que me alaben o me critiquen? ¿Acaso soy el centro del universo?»
Y si estoy sufriendo con el orgullo herido porque me han humillado, puedo preguntarme: «¿Acaso no pasará también esta humillación o este fracaso como han pasado tantas otras cosas? ¿No es verdad que todo pasa?» Y puedo repetir: «Todo pasa. Y esto también pasará. Se lo llevará el viento y pronto no tendrá importancia».
Entonces puedo entregarme de lleno a una tarea con libertad interior, no por las caricias que eso pueda aportarle al orgullo. Puedo hacer algo bueno, pero no por orgullo, sino porque reconozco la dignidad que Dios me da y no quiero desperdiciar los dones que el Dios de amor me ha regalado para mis hermanos. Lo hago porque deseo responder a ese amor, y por eso soy capaz de ilusionarme con algo nuevo para el bien de los demás.
Además, si buscamos la aprobación ajena, cuando no recibimos de los demás el reconocimiento que esperamos, comenzamos a sentirlos como competidores. Rumiamos nuestro rencor en la soledad, incapaces de vivir en fraternidad. O procuramos cada vez más llamar la atención para que no nos ignoren, y terminamos molestándolos y arrastrándonos ante ellos, reclamando que nos tengan en cuenta.
Es mejor pedirle todos los días al Espíritu Santo que nos libere del orgullo y de la vanidad, que no sirven para nada. No vale la pena darle importancia a los reconocimientos ajenos. Se los lleva el viento, y no nos dejan nada.
Dios llama a quien quiere; ninguna profesión es obstáculo para ejercer el apostolado. Dios no mira la vida pasada, no exige más que la correspondencia a su llamamiento.
Jesucristo no se rige, al escoger a sus apóstoles, por miras humanas; parece, por el contrario, que tiene interés en rectificar nuestro criterio.
Nos indica con ello que el apostolado es obra exclusivamente suya y Él da su gracia a quien quiere; de ahí que no tengamos ninguna razón para envanecernos, pues el mérito en nuestra elección no radica en nosotros, sino en su infinita liberalidad.
Bien se ha dicho que Dios no elige a los más capaces... sino que capacita a los que elige.
escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
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La vanidad y el orgullo son causa de muchas tristezas y alejan la alegría del Espíritu Santo. Por eso, cuando vemos que el orgullo quiere apoderarse de nuestro interior, es bueno que nos detengamos a preguntarnos con sinceridad: «¿Es tan importante que me alaben o me critiquen? ¿Acaso soy el centro del universo?»
Y si estoy sufriendo con el orgullo herido porque me han humillado, puedo preguntarme: «¿Acaso no pasará también esta humillación o este fracaso como han pasado tantas otras cosas? ¿No es verdad que todo pasa?» Y puedo repetir: «Todo pasa. Y esto también pasará. Se lo llevará el viento y pronto no tendrá importancia».
Entonces puedo entregarme de lleno a una tarea con libertad interior, no por las caricias que eso pueda aportarle al orgullo. Puedo hacer algo bueno, pero no por orgullo, sino porque reconozco la dignidad que Dios me da y no quiero desperdiciar los dones que el Dios de amor me ha regalado para mis hermanos. Lo hago porque deseo responder a ese amor, y por eso soy capaz de ilusionarme con algo nuevo para el bien de los demás.
Además, si buscamos la aprobación ajena, cuando no recibimos de los demás el reconocimiento que esperamos, comenzamos a sentirlos como competidores. Rumiamos nuestro rencor en la soledad, incapaces de vivir en fraternidad. O procuramos cada vez más llamar la atención para que no nos ignoren, y terminamos molestándolos y arrastrándonos ante ellos, reclamando que nos tengan en cuenta.
Es mejor pedirle todos los días al Espíritu Santo que nos libere del orgullo y de la vanidad, que no sirven para nada. No vale la pena darle importancia a los reconocimientos ajenos. Se los lleva el viento, y no nos dejan nada.
Dios llama a quien quiere; ninguna profesión es obstáculo para ejercer el apostolado. Dios no mira la vida pasada, no exige más que la correspondencia a su llamamiento.
Jesucristo no se rige, al escoger a sus apóstoles, por miras humanas; parece, por el contrario, que tiene interés en rectificar nuestro criterio.
Nos indica con ello que el apostolado es obra exclusivamente suya y Él da su gracia a quien quiere; de ahí que no tengamos ninguna razón para envanecernos, pues el mérito en nuestra elección no radica en nosotros, sino en su infinita liberalidad.
Bien se ha dicho que Dios no elige a los más capaces... sino que capacita a los que elige.