Escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
El Espíritu Santo no sólo habita en la intimidad de cada ser humano. Él habita en la Iglesia entera. El amor es el vínculo perfecto de la unidad del cuerpo místico, y es el dinamismo del amor el que crea esos lazos misteriosos que hacen de un conjunto de individuos un solo cuerpo místico.Marzo 23
La obra del Espíritu en el corazón de los hombres, a través del don del amor, posee un dinamismo eclesial, comunitario, popular. Por eso la Escritura pone en estrecha relación al Espíritu con el cuerpo místico fecundado por él (1 Corintios 12,13), o con la Iglesia-esposa (Apocalipsis 22,17). Pero además, la Escritura relaciona explícitamente al Espíritu con la "comunión" fraterna (2 Corintios 13,13) y con la unidad (Filipenses 2,1; 1 Corintios 12,3; Efesios 4,3-4).
El Espíritu, modelo ejemplar de nuestro amor, es el término del amor de dos Personas, es la inclinación en que culmina el amor del Padre y del Hijo. Por eso, el dinamismo del amor en el corazón del hombre, necesariamente mueve a buscar la comunión con los demás.
Pero si nosotros nos resistimos al encuentro con los demás y nos aislamos en nuestros propios intereses, terminaremos expulsando al Espíritu Santo de nuestras vidas, y nos quedaremos terriblemente solos por dentro.
“Pero cuando la necesidad apremia, no sólo deben guardar incólume la fe los que mandan, sino que, como enseña Santo Tomás, ‘cada uno esté obligado a propagar la fe delante de los otros, ya para instruir y confirmar a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles’.
Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde, o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa”.
(León XIII, Papa)