Escrito por Mons. Victor Manuel Fernández
Febrero 16
https://misionerosdigitales.com/wp-content/uploads/2020/02/16-de-Febrero.mp3
Sabemos que en toda la Escritura la palabra espíritu habla de dinamismo.
Y si el Espíritu Santo tiene ese nombre es porque él derrama vida en movimiento, impulsa hacia adelante, no nos deja estancados o inmóviles. Él sopla, mueve, arrastra, libera de todo acomodamiento y de toda inmovilidad.
Por eso mismo también en el Nuevo Testamento se lo asocia con el simbolismo del viento: Se dice que así como el viento sopla donde quiere, así es el que nace del Espíritu (Juan 3,8).
Cristo resucitado sopla cuando derrama el Espíritu en los discípulos (Juan 20,22) y los impulsa hacia una misión.
Por eso no es casual que se asocie el derramamiento del Espíritu en Pentecostés, sacándolos del encierro, con una ráfaga de viento impetuoso (Hechos 2,2).
El mismo impulso del Espíritu Santo nos lleva a buscar siempre más. En su carta sobre el tercer Milenio, el Papa Juan Pablo II, atribuye particularmente al Espíritu la construcción del Reino de Dios en el curso de la historia, preparando su plena manifestación y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva (TMA 45b).
Por eso no sólo esperamos llegar al cielo, sino que deseamos vivir en esta vida algo del cielo.
No podemos ignorar que el Nuevo Testamento no habla sólo del Reino que ya llegó con Cristo, o del Reino celestial que vendrá en la Parusía, sino también del Reino que va creciendo (Marcos 4,26-28; Mateo 13,31-33; Efesios 2,22; 4,15-16; Colosenses 2,19).
Y si va creciendo, esperamos que el Espíritu Santo nos ayude para ir a crear un mundo cada vez mejor.
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Sabemos que en toda la Escritura la palabra espíritu habla de dinamismo.
Y si el Espíritu Santo tiene ese nombre es porque él derrama vida en movimiento, impulsa hacia adelante, no nos deja estancados o inmóviles. Él sopla, mueve, arrastra, libera de todo acomodamiento y de toda inmovilidad.
Por eso mismo también en el Nuevo Testamento se lo asocia con el simbolismo del viento: Se dice que así como el viento sopla donde quiere, así es el que nace del Espíritu (Juan 3,8).
Cristo resucitado sopla cuando derrama el Espíritu en los discípulos (Juan 20,22) y los impulsa hacia una misión.
Por eso no es casual que se asocie el derramamiento del Espíritu en Pentecostés, sacándolos del encierro, con una ráfaga de viento impetuoso (Hechos 2,2).
El mismo impulso del Espíritu Santo nos lleva a buscar siempre más. En su carta sobre el tercer Milenio, el Papa Juan Pablo II, atribuye particularmente al Espíritu la construcción del Reino de Dios en el curso de la historia, preparando su plena manifestación y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva (TMA 45b).
Por eso no sólo esperamos llegar al cielo, sino que deseamos vivir en esta vida algo del cielo.
No podemos ignorar que el Nuevo Testamento no habla sólo del Reino que ya llegó con Cristo, o del Reino celestial que vendrá en la Parusía, sino también del Reino que va creciendo (Marcos 4,26-28; Mateo 13,31-33; Efesios 2,22; 4,15-16; Colosenses 2,19).
Y si va creciendo, esperamos que el Espíritu Santo nos ayude para ir a crear un mundo cada vez mejor.
San Juan Pablo II
"Pidamos juntos a Dios, rico de misericordia y de perdón,
que apague los sentimientos de odio en el ánimo de las poblaciones,
que haga cesar el horror del terrorismo
y guíe los pasos de los responsables de las naciones
por el camino de la comprensión recíproca,
de la solidaridad y la reconciliación".