Por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo
La fe como don del Espíritu Santo es distinta de la virtud teologal, que consiste en la adhesión al Señor y a su mensaje, y que recibimos desde el bautismo como regalo de Dios.
Aquí se trata de un carisma para beneficio común que nos permite confiar ciegamente en el Señor en circunstancias especiales y difíciles y que es el requisito para que el Señor obre entonces maravillas y aun milagros.
San Cirilo de Jerusalén en una de sus Catequesis expone la diferencia que existe entre las dos clases de fe: "La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo
Señor: El que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado tiene vida eterna y no incurre en condenación; y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito. A unos es dado por el Espíritu el don de sabiduría; a otros el don de ciencia en conformidad con el mismo Espíritu; a unos la gracia de la fe en el mismo Espíritu; a otros la gracia de curaciones en el mismo y único Espíritu.
Esta gracia que te da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe puede decir a un monte: "Vete de aquí a otro sitio", y se irá. Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará, entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
Es de esta fe de la que se afirma: Si tuvieseis fe, como un grano de mostaza. Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego, y plantado aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto
que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también la fe, cuando arraiga en el alma en pocos momentos realiza grandes maravillas. El alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en la
medida en que ello es posible; le es dado recorrer los límites del universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización de los bienes prometidos.
Procura pues llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por encima de las fuerzas humanas".
La fe como Carisma es la que posee María en el momento de la Anunciación y que fue loada por Isabel.
Es la que mantiene firme a la Cananea, a pesar de las aparentes negativas que recibe.
Es la de Pedro cuando camina sobre las Aguas en busca de Jesús. Es la de Marta y María que llaman a Jesús cuando está enfermo su hermano Lázaro.
Es la de Pedro cuando sana al paralítico: "En nombre de Jesús, anda". Aquí Pedro no se limita a creer que Jesús puede curar, sino que lo va a hacer inmediatamente.
Es la fe de Abraham, "nuestro Padre en la fe". Es la de tantos que con una seguridad inexplicable humanamente, se lanzan a realizar obras que parecen locura, pero al convertirse en realidad benefician a muchos. Es la de quienes como Pedro dicen: "en tu nombre echaré las redes", y las sacan llenas de peces. Es la fe expectante y carismática.
Hoy necesitamos la abundancia de este Carisma, porque el progreso científico nos lleva a confiar más en el poder de la técnica que en el Señor, y debido a esto estamos presenciando una crisis religiosa terrible.
El hombre actual no quiere creer sino en sí mismo y en la naturaleza y olvida al Autor de esa naturaleza.
La Renovación Espiritual que está realizando el Espíritu Santo en la Iglesia está reviviendo la fe y su consecuencia inmediata, la acción del Señor que dijo: "que se haga conforme a vuestra fe".
A medida que aumente el Carisma de la fe, se multiplicarán también las manifestaciones del poder y del amor del Señor en beneficio de la Iglesia y del mundo.
Recordemos que Él dijo que los que tengan fe harán las obras que Él hizo y aún mayores. Jn. 14,12).
Si falta poder en nuestras vidas y en nuestro ministerio es porque tenemos una fe muy lánguida, aunque nos parezca muy "sabia", y porque en la práctica estamos convencidos que el Señor es ahora distinto y que ya no quiere realizar en su iglesia y por la Iglesia las obras que hizo y que nos narra el Evangelio.
Por algo tuvo que decir a sus Apóstoles que eran "hombres de poca fe". Pidamos al Señor que aumente en todos nosotros la virtud de la fe que es necesaria para la justificación y para la salvación y también que multiplique el Carisma de fe para que la acción de su Espíritu aparezca con todo su poder y con su infinito amor.
La fe como don del Espíritu Santo es distinta de la virtud teologal, que consiste en la adhesión al Señor y a su mensaje, y que recibimos desde el bautismo como regalo de Dios.
Aquí se trata de un carisma para beneficio común que nos permite confiar ciegamente en el Señor en circunstancias especiales y difíciles y que es el requisito para que el Señor obre entonces maravillas y aun milagros.
San Cirilo de Jerusalén en una de sus Catequesis expone la diferencia que existe entre las dos clases de fe: "La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo
Señor: El que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado tiene vida eterna y no incurre en condenación; y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito. A unos es dado por el Espíritu el don de sabiduría; a otros el don de ciencia en conformidad con el mismo Espíritu; a unos la gracia de la fe en el mismo Espíritu; a otros la gracia de curaciones en el mismo y único Espíritu.
Esta gracia que te da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe puede decir a un monte: "Vete de aquí a otro sitio", y se irá. Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará, entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
Es de esta fe de la que se afirma: Si tuvieseis fe, como un grano de mostaza. Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego, y plantado aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto
que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también la fe, cuando arraiga en el alma en pocos momentos realiza grandes maravillas. El alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en la
medida en que ello es posible; le es dado recorrer los límites del universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización de los bienes prometidos.
Procura pues llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por encima de las fuerzas humanas".
La fe como Carisma es la que posee María en el momento de la Anunciación y que fue loada por Isabel.
Es la que mantiene firme a la Cananea, a pesar de las aparentes negativas que recibe.
Es la de Pedro cuando camina sobre las Aguas en busca de Jesús. Es la de Marta y María que llaman a Jesús cuando está enfermo su hermano Lázaro.
Es la de Pedro cuando sana al paralítico: "En nombre de Jesús, anda". Aquí Pedro no se limita a creer que Jesús puede curar, sino que lo va a hacer inmediatamente.
Es la fe de Abraham, "nuestro Padre en la fe". Es la de tantos que con una seguridad inexplicable humanamente, se lanzan a realizar obras que parecen locura, pero al convertirse en realidad benefician a muchos. Es la de quienes como Pedro dicen: "en tu nombre echaré las redes", y las sacan llenas de peces. Es la fe expectante y carismática.
Hoy necesitamos la abundancia de este Carisma, porque el progreso científico nos lleva a confiar más en el poder de la técnica que en el Señor, y debido a esto estamos presenciando una crisis religiosa terrible.
El hombre actual no quiere creer sino en sí mismo y en la naturaleza y olvida al Autor de esa naturaleza.
La Renovación Espiritual que está realizando el Espíritu Santo en la Iglesia está reviviendo la fe y su consecuencia inmediata, la acción del Señor que dijo: "que se haga conforme a vuestra fe".
A medida que aumente el Carisma de la fe, se multiplicarán también las manifestaciones del poder y del amor del Señor en beneficio de la Iglesia y del mundo.
Recordemos que Él dijo que los que tengan fe harán las obras que Él hizo y aún mayores. Jn. 14,12).
Si falta poder en nuestras vidas y en nuestro ministerio es porque tenemos una fe muy lánguida, aunque nos parezca muy "sabia", y porque en la práctica estamos convencidos que el Señor es ahora distinto y que ya no quiere realizar en su iglesia y por la Iglesia las obras que hizo y que nos narra el Evangelio.
Por algo tuvo que decir a sus Apóstoles que eran "hombres de poca fe". Pidamos al Señor que aumente en todos nosotros la virtud de la fe que es necesaria para la justificación y para la salvación y también que multiplique el Carisma de fe para que la acción de su Espíritu aparezca con todo su poder y con su infinito amor.